Con el tiempo
he aprendido a no juzgar un libro por la portada, algo que no me ha resultado
muy fácil pero continuó intentándolo. Debo confesar que este libro llego a mis
manos producto de su portada. La melancólica ilustración del libro por la gente
de Monte Ávila Editores con una fotografía de Nicole Mijares fue el imán que me
atrajo a leer esta obra de Laura Antillano. Debo confesar que si bien me
desilusionó la falta completa de melancolía del texto en relación a la portada
fue gracias a este libro que volvía a querer, o a creer, en la literatura
contemporánea en Venezuela. Esa melancolía que se aprecia en la portada y se
aferra a la frase que lo intitula es solo una invocación a una frase del celebre Aquiles Nazoa.
Desde un
principio Laura nos traslada a una Caracas ochentena de la cual hoy solo nos es
difícil evocar su cultura, ya que la arquitectura prominente de esa época esta diseminada evidentemente por toda
la ciudad. Al adentrarnos en el texto comprendemos que la ciudad no tiene mucho
que ver en esta historia, quedando relegada a eventos dispersos de la misma,
son las crisis sociales y las políticas de gobierno de entonces las que marcan
los ritmos urbanos en el texto.
Una serie de
personajes inconexos son forzosamente vinculados por una cotidianidad dada en
un espacio determinado, estos diversos personajes son el móvil usados por la
autora para lograr describir su perspectiva sobre aquella época en la que
arribaba a una treintena de años y que recuerda sagazmente.
Si bien es un
libro fácil de leer el mismo llega a carecer de cierto sentido tal vez por el
hecho primario de carecer de una trama central que le pueda servir como columna
vertebral a texto. La historia que innegablemente representa los puntos álgidos
de la trama y que mejor logra captar la atención es la de Julieta y Conrado,
resultando muchas veces opacada por la sufrida María y su triangulo de amor y
desdicha. Como todas las novelas suelen tener existen espacios donde la
descripción de ciertos elementos resulta abrumadora y fuera de contextos,
imposibilitando cualquier posibilidad de unir estos con el texto, sobre todo
con la presencia de varias historias abriéndose espacio al mismo tiempo.
Los protagonistas
resultan interesantes, bien sea por el hecho de lo cotidiano de sus acciones o
por las profundidades de las emociones que guían sus acciones. La ciudad queda
relegada a un espacio comercial donde hacen vida con la misma intermitencia personajes
principales y secundarios. La ciudad queda empapelada en palabras que marcan
emociones y vivencias de la autora, reflejando en las pupilas de estos
personajes que de seguro formaron parte de la fauna reinante en la vida
ochentera de la escritora, un reflejo en donde quedaron fuera otras caras de la Caracas de aquella época,
no sabemos si por falta de vivencia de las mismas o por una omisión
intencionada.
Al final del
texto se puede apreciar un dejo de novela histórica, si bien trató de llevarse
a lo largo de toda la obra no se pudo cuajar consistentemente, condensando esto
para el final tal como un vaso de avena en el cual los grumos grandes y
pastosos se asientan al fondo del vaso y no se pueden tragar fácilmente.
En resumen se
puede describir como una obra fresca donde se percibe la madurez de la autora
en una reminiscencia políticamente correcta con un texto orgasmicamente
femenino que te lleva de la mano a lo largo de una historia con pocos
sobresaltos y reveses, algunos hasta evidentes, pero que presenta una marcada
diferencia dentro de la actual movida literaria.
C.L.V. -1.2
Próxima Entrada: Palabras Fantasmagóricas: Crítica a El
Último Fantasma de Eduardo Liendo.
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